miércoles, 19 de noviembre de 2014

Efecto dominó

La luz de la mañana se cuela por entre las persianas viejas, iluminando por pedazos los pocos muebles de la pequeña habitación, mientras un azul pálido llena el resto del cuarto. En la cama dos cuerpos bailan en un incansable juego onírico de caricias, ocultos de aquel gélido ambiente bajo las cobijas, en la hoguera de una abrazo sofocante.

Allí, la pasión se expande bajo la piel como una ola incandescente, como un océano embravecido que golpea estrellándose contra las rocas para luego retirarse y arremeter con mayor fuerza. En el fragor de la contienda aparecen los lengüetazos junto con dulces mordiscos en las piernas. Cada uno de ellos es presa de una pirotecnia sin control que los recorre, los enciende poro a poro como en un efecto dominó hasta la tibieza de la propia entrepierna.

Vientres ardientes que a cada embestida se adhieren en una vigorosa fricción, a veces intensa y frenética, otras acompasada y lenta. Los amantes se funden, se aferran, se entrelazan, desdibujando el límite de cada quien se unen como el vaho hirviente se une a un espejo…. y así sin previo aviso la piel explota, el tiempo para.

Luego la quietud asoma su impávido rostro en el campo de batalla, un chorro de claridad se adueña por completo del lugar, dejando al descubierto cada forma inerte y estática, al contacto con el resplandor del medio día.


Mientras, las dos figuras inmóviles esconden en la maraña de piernas y brazos de su unión, el último vestigio de ese fuego devastador que ahora latente aguarda escondido por una caricia, un beso o una mirada que desencadenará de nuevo erupciones volcánicas a flor de piel.

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